Compartimos esta nota publicada el día de hoy en el suplemento deportivo “Deporte Total” del diario El Comercio, la misma que esta dedicada a Óscar Ibáñez y menciona a los grandes arqueros que defendieron la gloriosa crema:
"Recibí de mis padres educación religiosa, con misa dominical y oración cotidiana, pero para mí lo más cercano al paraíso era asistir a un partido de fútbol. Estudié en un colegio católico de palmeta y catecismo, donde me repetían "Dios está en todas partes y es imperdonable adorar otros ídolos", no obstante empecé a tener ojos exclusivamente para el héroe que se cuadraba en el arco de Universitario y a rezar para que ningún gol lo manchara de pecado. No tardé en desviar mi devoción hacia ese ser fabuloso, mitad hombre mitad pájaro, que habita entre la tierra y el cielo, con el don supremo de atraer la pelota con las manos.
Lo tuve claro al comienzo de mi adolescencia: el principio del placer estaba en las patadas y no existía nada más místico que el triunfo de mi equipo; aunque la esencia de mi credo vital lo constituía el arquero. Mis bienaventuranzas eran para él, verdadero dios del Olimpo, sacrificado y orgulloso. Cuatro décadas más tarde, mi homenaje es para Dimas Zegarra, un negro gigante y tieso como una pica; Carlos Burella, siempre bien peinado con gomina, pero delirante como un ácido y de estrafalarias bermudas y chompa psicodélica; Rubén Correa, un hombre de negro con cara de palo y tosca agilidad.
Humberto Horacio Ballesteros arribó de Argentina con aspecto de arcángel de arrabal -guapo y con patillas- y un estilo impecable que me sumió en estado de gracia: tenía un saque preciso y una ubicuidad milagrosa que le ahorraba grandes voladas. Ramón 'Chupete' Quiroga trajo alegría, personalidad y arrojo. Nada era sutil en él: su peluca, su vestimenta y su agilidad eran recios relámpagos. Sus gritos, aullidos de alto calibre. Nadie tan avispado ni tan audaz. Juan Carlos Zubzuck era espigado y rubio como un tallo de trigo, aunque no tenía movimientos ondulantes sino sacudidas raudas y electrizantes.
Los tres últimos -argentinos de origen y hoy peruanos-, prepararon el camino para la llegada de Óscar Ibáñez, una suerte de enviado a nuestro fútbol. Él devolvió la sobriedad al arco crema. Su estampa inmejorable, don de mando y esas salidas fulminantes de reverencia al Altísimo --brazos extendidos y pecho heroico-- llenaron de gloria a mi equipo. Verdad que no es plástico ni consigue elevarse demasiado del suelo, pero a cambio tiene gran autoridad, concentración y reflejos. Además es seguro de manos y sabe controlar el tiempo de un partido.
Ha cumplido cuarenta años, volvió al equipo de sus pasiones y continúa en la brega, como un fiel entre los bárbaros. Trabaja con tesón en el arco y tengo la ilusión de verlo actuar nuevamente en Primera, antes de su retiro que merece una despedida de aprecio y gratitud. Son pocos los que lucen tantos éxitos deportivos y nadie como él ha mostrado una conducta profesional y humana más íntegra. Óscar Ibáñez ha cumplido con un dogma religioso: el beneficio de los dioses es actuar ejemplarmente".
Escrito por : Jorge Eslava (Escritor)
"Recibí de mis padres educación religiosa, con misa dominical y oración cotidiana, pero para mí lo más cercano al paraíso era asistir a un partido de fútbol. Estudié en un colegio católico de palmeta y catecismo, donde me repetían "Dios está en todas partes y es imperdonable adorar otros ídolos", no obstante empecé a tener ojos exclusivamente para el héroe que se cuadraba en el arco de Universitario y a rezar para que ningún gol lo manchara de pecado. No tardé en desviar mi devoción hacia ese ser fabuloso, mitad hombre mitad pájaro, que habita entre la tierra y el cielo, con el don supremo de atraer la pelota con las manos.
Lo tuve claro al comienzo de mi adolescencia: el principio del placer estaba en las patadas y no existía nada más místico que el triunfo de mi equipo; aunque la esencia de mi credo vital lo constituía el arquero. Mis bienaventuranzas eran para él, verdadero dios del Olimpo, sacrificado y orgulloso. Cuatro décadas más tarde, mi homenaje es para Dimas Zegarra, un negro gigante y tieso como una pica; Carlos Burella, siempre bien peinado con gomina, pero delirante como un ácido y de estrafalarias bermudas y chompa psicodélica; Rubén Correa, un hombre de negro con cara de palo y tosca agilidad.
Humberto Horacio Ballesteros arribó de Argentina con aspecto de arcángel de arrabal -guapo y con patillas- y un estilo impecable que me sumió en estado de gracia: tenía un saque preciso y una ubicuidad milagrosa que le ahorraba grandes voladas. Ramón 'Chupete' Quiroga trajo alegría, personalidad y arrojo. Nada era sutil en él: su peluca, su vestimenta y su agilidad eran recios relámpagos. Sus gritos, aullidos de alto calibre. Nadie tan avispado ni tan audaz. Juan Carlos Zubzuck era espigado y rubio como un tallo de trigo, aunque no tenía movimientos ondulantes sino sacudidas raudas y electrizantes.
Los tres últimos -argentinos de origen y hoy peruanos-, prepararon el camino para la llegada de Óscar Ibáñez, una suerte de enviado a nuestro fútbol. Él devolvió la sobriedad al arco crema. Su estampa inmejorable, don de mando y esas salidas fulminantes de reverencia al Altísimo --brazos extendidos y pecho heroico-- llenaron de gloria a mi equipo. Verdad que no es plástico ni consigue elevarse demasiado del suelo, pero a cambio tiene gran autoridad, concentración y reflejos. Además es seguro de manos y sabe controlar el tiempo de un partido.
Ha cumplido cuarenta años, volvió al equipo de sus pasiones y continúa en la brega, como un fiel entre los bárbaros. Trabaja con tesón en el arco y tengo la ilusión de verlo actuar nuevamente en Primera, antes de su retiro que merece una despedida de aprecio y gratitud. Son pocos los que lucen tantos éxitos deportivos y nadie como él ha mostrado una conducta profesional y humana más íntegra. Óscar Ibáñez ha cumplido con un dogma religioso: el beneficio de los dioses es actuar ejemplarmente".
Escrito por : Jorge Eslava (Escritor)
Extraído de : Deporte Total del 22/11/2008 (Suplemento del Diario El Comercio)
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